sábado, 19 de septiembre de 2009

PERMANECE LO QUE TIENE VALOR DE RESURRECCIÓN


Conocimos a Consuelo. Vivía en un cuarto de una casa desahuciada y vieja pero que tenía una especie de claustro – patio en madera muy antigua y como iba a ser restaurada vivieron bastante tiempo allí.

En los inviernos pasaba una humedad espantosa. Se le metía por los huesos y ella -que tenía el corazón y los pulmones enfermos- aguantó el tirón y un invierno más renqueando. También estaba prácticamente ciega. ¡No tenía más de 60 años pero daba la sensación de que rondaba los 80! Después de muchos tiras y aflojas, llegó el día que tuvieron que dejar la casa pues ya corría serio peligro. Llegaron a un acuerdo y pasó a un bajo de una casa más nueva. ¡Y todos los que la rodeaban estaban felices de ver cómo había mejorado!

Su salud se sequía deteriorando pero no sé cómo sacó fuerzas de debilidad para acoger a un hijo alcohólico. Un día sí y otro no había tensiones y problemas en esa casa. La madre sufría en silencio. Y una vecina que nunca se destacaba exteriormente por hacer nada especial cuidó como una madre a Consuelo y a su hijo. Digo exteriormente porque ella siempre estaba atenta a percibir lo que los otros necesitaban de ella. Esta es de las personas mayores de los pueblos que estaba siempre dispuesta a servir, dando un ungüento en una herida o haciendo un caldito o una comida al que lo necesitaba. Y así hacía con Consuelo cada vez que se le agrietaban las heridas.

Un día hospitalizaron al hijo con una cirrosis terminal. No tenía más de 40 años. Con su cabeza perdida se escapó del hospital prácticamente desnudo. Pues Isabel fue la única que se atrevió a cogerle y “arreglarle”. ¡Había vivido cerca de 40 años con un marido enfermo psíquicamente! Y había aprendido toda la ternura del mundo para con los que la rodeaban.

Este es el testimonio -como el de muchos y muchas que no hacen ruido pero que construyen el mundo.

Lo que es verdadero permanece y tiene valor de Resurrección, de VIDA ETERNA, ¿no lo crees?

Para mí no son sueños estas experiencias pues fortalecen nuestra esperanza, son SIGNOS Y GESTOS DE UN MUNDO NUEVO, UNA CIUDAD NUEVA DONDE NO HABRÁ MUERTE NI DOLOR. Cfr. Apoc. 21

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