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EL TEJEDOR DE DIOS
En
la galería de los grandes Redentoristas que rodean a San Alfonso
resalta, por lo peculiar de su aventura humana y religiosa, el
holandés Padre Pedro Donders, el apóstol entre los leprosos del
Surínam.
Nació el 27 de octubre de 1809 en un barrio de Tilburg. Sus
familiares eran muy pobres y se dedicaban a tejer con telares
domésticos. Su casa: una sola pieza y el piso de tierra. El
pequeño Pedro vivió sin muchos problemas su condición de pobre.
Hasta los doce años entró en la escuela; luego fue enviado al
telar para ganarse también él su puchero. En el trabajo se
desempeñaba con constancia y atención. En el tiempo libre
juntaba a sus coetáneos para instruirlos en la religión. Tan a
la perfección desarrollaba esta actividad que el cura párroco
le nombró catequista oficial.
Tenía el deseo de hacerse sacerdote; pero por ser pobre, frágil
de salud y tal vez, poco dotado, le pareció imposible la meta.
Pensaba sin embargo que, con la voluntad y el empeño constante,
no le sería difícil ser santo. Oraba con gusto, a menudo,
intensamente, también mientras trabajaba. A veces su tela le
salía con algún defecto, su patrón, un buen cristiano, lo
disculpaba, diciendo: "Pedro está demasiado ocupado con el buen
Dios".
SEMINARISTA-OBRERO
En edad de servicio militar, después de
cinco visitas, fue descartado definitivamente por lo frágil de
su constitución.
Declarada la guerra, muchos fueron los jóvenes enrolados. Su
párroco tuvo una idea: faltando en el seminario el personal de
servicio, Pedro podía ser asumido como tal, y al mismo tiempo
estudiar como seminarista. La iniciativa marchó, pero Pedro no
podía estudiar, tantas eran las ocupaciones. El rector del
seminario le dio una mano asignándole un ayudante, así Pedro se
dedicó con mayor intensidad al estudio y superó las numerosas
dificultades. A los 29 años pasó al seminario mayor donde
comenzó su interés hacia las misiones extranjeras.
EL LLAMADO DEL SURINAM
Superados los estudios de filosofía en 1839,
pasó al seminario de Aaren para la teología. Por Aaren pasó, en
los mismos años, el prefecto Apostólico Monseñor Groof a
reclutar voluntarios para el Surinam. Habló a los seminaristas
con el fervor de un testimonio de vida y la fuerza de la Santa
Causa. Terminada la apasionada conferencia, se le presentó un
joven, Pedro Donders, que fue recibido con gozo.
Ordenado sacerdote el 15 de junio de 1841, hubiera querido
partir inmediatamente, pero tuvo que quedarse un año más.
PARAMARIBO: 1842-1856
Donders se embarcó en agosto de 1842, y
luego de un mes y medio de navegación desembarcó en Paramaribo
que por 14 años iba a ser su primera etapa misionera.
Como toda ciudad colonial y portuaria, Paramaribo, detrás de las
riquezas y opulencias de los comercios, escondía una gran
miseria social y moral. La atenta mirada de Pedro descubrió
enseguida, con los lujosos edificios, las humildes chozas de los
pobres y esclavos, reino de suciedad, promiscuidad y
corrupción.
El 7 octubre de 1842 Monseñor Groof se lo llevó a una vasta
gira, para un primer conocimiento de los campos de trabajos que
le esperaban. Primera etapa fue Batavia, sede del leprosario
estatal: después de un recorrido terrestre, fueron menester dos
días de canoa por el río Coppename. En el leprosario había 400
enfermos de toda edad y sexo. El inaguantable hedor y nausea no
pudieron con sus sentimientos de cariño y compasión.
En el itinerario de retorno, Monseñor Groof le hizo ver otro
campo de trabajo: los esclavos de las plantaciones y los
indígenas de las tribus que aún vivían en la selva.
CON LOS ESCLAVOS
Vivían en Paramaribo entre siete y ocho mil
esclavos, por completo en poder de sus patrones, quienes los
trataban peor que bestias. Cada día, desde la madrugada, Donders
ya estaba en el templo. Celebraba la Eucaristía y daba
catequesis a los niños. Luego continuaba con el trabajo pesado,
la visita bajo el sol o las lluvias tropicales a las familias,
donde no pocas veces encontraba indiferencia, aversión u odio.
Lo que más le afligía era la impotencia para aliviar la suerte
de los esclavos, tanto en la ciudad como en las plantaciones.
Aquí, la situación de los mismos, era aún peor. Así escribió a
un amigo: "Si aquí se tuviera tanto cuidado por la salud y
bienestar de los esclavos cuanto en Europa por las bestias,
mucho mejor sería la situación. Lo que vi y escuché supera toda
imaginación".
Existían unas 400 plantaciones, con casi 40.000 esclavos.
Donders iba regularmente, remontando en canoa caudalosos ríos,
malsanas lagunas y aguantando picaduras de toda clase de
insectos. Estaba horas y días enteros bajo los calurosos
galpones entre grupos de esclavos extenuados por el trabajo y
los garrotazos, ayudándoles a encontrar su dignidad de hombres y
enseñándoles las principales verdades de la fe. Su presencia
entre los esclavos estorbaba a patrones y capataces, quienes
temían perder el privilegio de sus abusos con mujeres y
adolescentes y más aún, que salieran a flote las fechorías.
En 1863, la esclavitud fue abolida mucho se debe a la obra del
Padre Pedro Donders.
1856-1883: APÓSTOL DE LOS LEPROSOS
En 1856, después de 14 años de trabajo en
Paramaribo y en las plantaciones, Donders fue nombrado párroco
de los leprosos en Batavia, poco alentadora era la situación,
ningún sacerdote había resistido en aquel infierno por más de
tres años, uno había sido hasta matado por un leproso.
Su primera preocupación fue la de mejorar la condición material
de los enfermos. Los enfermos blancos eran libres, los demás
vivían en chozas con techo de hojas de palma, y el interior de
la vivienda, según expresiones del misionero, se parecía más a
un chiquero que a una habitación para persona humana. Los
enfermos yacían sobre piso de tierra a fin de que la sangre y
el pus fueran directamente absorbidos por el terreno.
No existían enfermeros, los enfermos debían ayudarse entre sí,
tanto que muchos quedaban completamente abandonados en la
suciedad. La comida era muy escasa y tenían que preparársela
personalmente, así como buscar agua y cortar leña.
Con energía, Donders consiguió de la dirección pisos de madera y
camas en las chozas para los vivos, y cajones decentes para
sepultar dignamente a los muertos.
Durante su visita a los enfermos, sacaba agua, les daba de
beber, cortaba leña, limpiaba pisos llevando al basurero toda
suciedad, lavaba las vendas, curaba y vendaba las llagas
repugnantes y malolientes. A las observaciones del director para
que dejara estos trabajos, respondía: no es nada, ayudo un
poco".
Más difícil fue el problema de la alimentación, porque la
administración tenía un criterio tremendamente cínico menos se
alimentaba a los enfermos, más rápidamente se morirían y mucho
se ahorraba. Donders comenzó con dejar la mayor parte de su
comida a los más necesitados.
Bastante difícil fue también el trabajo para aliviar el
comportamiento moral de los leprosos. Estos, por la ignorancia
cultural y religiosa y sobre todo, por no tener esperanzas de
vivir, se daban al alcoholismo e inmoralidad, con consecuentes
robos, envidias, rabiosas peleas e insubordinaciones. Había
motivo de perder hasta la proverbial paciencia de Job; pero
Padre Pedro, fuerte con la ayuda de Dios, sacada de la oración,
no sólo no se desanimó, sino que pudo obrar en la vida de los
leprosos un total cambio.
1866-1883: REDENTORISTA CON LOS INDÍGENAS
En 1865 llegó a Paramaribo el primer equipo
de Redentoristas holandeses, a quienes la Santa Sede había
confiado el anuncio evangélico en el territorio del Surinam. Con
su llegada, surgió para los cuatro sacerdotes existentes, un
problema vital o volver a la patria, o quedarse como sacerdotes
diocesanos, o hacerse Redentoristas. Dos de ellos decidieron
volverse a Europa; y dos, uno es el Padre Pedro, escogieron
entrar en la Congregación del Santísimo Redentor, aceptando las
reglas y vistiendo el hábito el 1° de noviembre de 1866.
Con tantos misioneros el Padre Pedro pensó que fácilmente podría
ser substituido en el leprosario y que, así, podría realizar un
sueño que desde tiempo ardía en su interior evangelizar a los
indígenas. Estos vivían en las difíciles zonas del interior.
Pertenecían a las múltiples tribus de las familias Caribe y
Arawak. Se alimentaban de caza y pesca. Practicaban tanto la
poligamia como la poliandria. Algunos hasta eran antropófagos.
Vagamente creían en un ser superior y en una muchedumbre de
espíritus que poblaban el universo. Llegar hasta ellos era una
empresa difícil y hasta imposible.
A veces el Padre Donders al volver a un campamento recién
conocido, no lo encontraba más porque ya lo habían mudado. Otras
veces, siguiendo pacientemente por horas y horas las huellas se
internaba en lugares sin salida, debiendo comenzar todo de
nuevo. Cuando le iba bien y llegaba hasta ellos, los instruía
mostrándoles imágenes y tocando un armonio portátil. Pero los
indios se interesaban más de la cerveza que de la religión.
Varias veces fue amenazado a muerte. Un día mientras iba a
administrar el bautismo a dos niños, un indio lo atropelló
amenazador, y, cuchillo en mano, quería matarle. El misionero,
pareciendo no estar en apuros, le dijo: "Estoy dispuesto a
morir, pero déjame antes bautizar a los niños".
Durante 18 años desempeñó este dificilísimo apostolado. Y a la
larga su obra de precursor dio su fruto. Hoy todos los indios
del Surinam, menos los Caribes, son católicos.
1883-1887: EL ADIÓS A LOS LEPROSOS
El obispo Redentorista Monseñor Schaap,
pensó que el Padre Pedro, después de 40 años de actividad
misionera y a los 74 de edad, merecía un poco de reposo. Por eso
primero le indicó un convento de Paramaribo y luego lo pasó a
Coronie. Allí el Padre Pedro se vio obligado a pasar un tiempo
en la cama y a soportar varias intervenciones quirúrgicas.
Después de tres años, habiéndose enfermado de lepra el mismo
capellán el Padre Pedro fue de nuevo llamado a Batavia. Era
noviembre de 1885 a los 77 años reanudaba su actividad entre los
leprosos y sus giras entre los indios. Iba desgastándose muy
rápido y al final de diciembre de 1886 visitó por la última vez
a los enfermos inmóviles en la cama, los confesó y les
administró la comunión.
Celebró la Navidad en el templo con los
enfermos que pudieron ir. El 31 de diciembre hizo su último
sermón. Luego la nefritis lo postró en la cama definitivamente.
El miércoles 12 de enero de 1887 pidió al Padre Bakker que le
asistía, un poquito de paciencia más, pasado mañana, viernes, a
las 15 horas, moriré. Así fue.
Se lo enterró con sus leprosos. Allí quedó hasta 1900, cuando
fue clausurado el leprosario. Ahora descansa en la catedral de
Paramaribo.
Artículo extraído de
www.redentoristas.org.ar
http://www.redentoristas.org.ar/Congregaci%C3%B3n/Santos/Donders/Beato%20Donders.htm