sábado, 14 de noviembre de 2009

DESDE EL FONDO DE SU CORAZÓN FUE SACANDO AL DIOS AMOR QUE LE HABÍA LLAMADO POR SU NOMBRE


Arroyo vivía en una casita pequeña. Se acercaba a una choza o cueva. Había vivido con su madre toda la vida pero al morir esta se encontró en una encrucijada:

¿Hacia donde encauzo mi vida? -Se decía-. Solo tengo a mi perro. No tenía más familia que su pequeño animal.


Había algo en él con lo que no estaba contento. Había pertenecido a un sindicato en el que no contaba más que como un número. Y se cansó de ir. No le dejaban tener parte activa.


Del trabajo estaba jubilado por una discapacidad laboral. Había sido un buen trabajador y cuando podía hacía sus chapuzas. Pero a causa de su discapacidad cada vez su cuerpo iba deteriorándose más y más.


De la Iglesia no había querido saber nunca nada. Se había quedado marcado por una infancia difícil. Sin embargo se hizo amigo de un cura que había estado muchos años llevando la Comunión a su madre.


Reflexionó, recapacitó y decidió unirse a una comunidad cristiana. Para él era todo nuevo pero desde el fondo de su corazón fue sacando al Dios Amor que le había llamado por su nombre.


Fue compartiendo la fe, la comunidad, conviviendo con los otros y comprometiéndose con los más tirados de la sociedad: con nuestros hermanos de la calle, la mayoría sin-techo y participando en el grupo que había abierto una persona para ellos con mucha iniciativa y corazón.


Al día de hoy creo que sigue en esas lides y Jesús va siendo cada vez más el eje de su vida.


Tampoco es un sueño. Es un hermano que camina junto a otros "según la vocación a la que fue llamado". ¡Y su alegría es visible a los que le rodean! Y es una realidad su conversión que interroga a muchos de sus vecinos.

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