Estoy pensando en Abrahám y en
Estoy pensando en Abrahám y en
su nacimiento, en su bautizo y su
muerte. Todo ello el pasado
viernes.
Después de unos días de
Después de unos días de
digestión comparto con
vosotros esta experiencia vital
que me ha enseñado
lo que es el valor de una madre,
Mayra, capaz de llevar
adelante su embarazo sabiendo
que su hijo era ya su hijo desde el primer momento, sin
necesidad de esperar a verlo, sin necesidad de que
nadie le dijera nada, sino desde la certeza que le daba
saber que lo que se formaba en su interior no era una
cosa cualquiera o un "proyecto de", sino una persona
con todas las de la ley.
Al poco tiempo de quedarse embarazada
descubrieron que el cráneo de Abraham
no se iba a formar adecuadamente,
no se iba a formar adecuadamente,
haciendo inviable su vida fuera del
útero de su madre. Ella sufrió las
presiones de este sistema de salud
nuestro que, de manera
incomprensible, anima a una madre a
abortar porque al parecer no merece la
pena un embarazo si el niño no va a salir
adelante.
Claro que siempre hay personas dispuestas a luchar lo
que haga falta para evitar estas barbaridades y permitir
que una madre abrace a su hijo antes de que este muera.
Siempre hay "ángeles de la guarda" que acompañan a
una madre en el embarazo mientras ella les enseña que
no hay fuerza mayor que el amor para esperar y luchar
por lo que realmente merece la pena: una hora de vida
de un hijo.
La vocación sacerdotal viene acompañada de
oportunidades, de regalos como este: sin merecerlo, uno
es invitado a compartir una historia como esta, que te
hace replantear las prioridades y te convence de que, sin
duda, Dios está presente en toda vida humana,
independientemente de su "viabilidad".
Por ser sacerdote Mayra quiso que yo estuviera presente
en el milagroso e impresionante momento del parto. Un
parto por cesárea, programado, que nos dejó ver el
rostro de Dios en el de Abrahám, que resumía la
auténtica belleza, no esa de mofletes ideales y
sonrosados, sino la que está llena de lucha, de empeño,
de amor más allá de los límites de la lógica.
Abrahám vió la luz de este mundo y fue bautizado. Una
sencilla oración y el agua vertida sobre su cabeza sirvió
para celebrar un sacramento que hizo visible lo
invisible: cómo el amor de Dios nos une en una sola
familia (en este caso la de unos padres, un sacerdote,
los médicos y los cientos de personas que oraban por
nosotros en ese momento).
Abraham quedó en brazos de su madre que, tranquila,
sólo daba gracias a Dios por haber podido tocar sus
manitas y sus pies, ver su rostro, abrazarlo. Y ese fué el
segundo sacramento de la mañana: así es el amor de
Dios para mí. Un amor que lucha lo que haga falta por
dar vida, que siempre da una oportunidad, que apuesta l
a propia vida para que la nuestra vaya adelante.
Después nos fuimos a la habitación y compartimos cada
latido con la conciencia plena de saber que aquello era
sagrado.
Y en ese ambiente sagrado Abrahám nos dejó para irse
con el Padre. Rodeado de toda la paz que él mismo nos
había dado, su corazón latió por última vez y nuestra
acción de gracias se elevó casi en un susurro, poniendo
palabras a algo indescriptible.
Así, sin hacer ruido, tal como llegó, se fue.
Doblamos su ropa como doblando el mismo sudario del
Doblamos su ropa como doblando el mismo sudario del
Señor: ni estridencias, ni llantos desgarradores. Sólo
silencio y reverencia. Habíamos vivido algo sagrado y
esperamos la resurrección.
La tristeza y la esperanza mezcladas, entretejidas en
cada punto de la toca, la rebequita y los leotardos.
Nunca pensé que en una sola hora de vida se pudiera
hacer tanto sin hacer nada. Nunca imaginé que en
sesenta minutos de latidos calmados un corazón
pudiera alcanzar el corazón de tantas personas que se
han conmovido con esta vida.
La misión de Abrahám era esa: recordarnos que no es
necesario ser adulto, ni guapo, ni perfecto para dar vida.
Recordarnos que en lo frágil de la historia Dios está
presente mostrándonos que hay algo sagrado en toda
vida humana que no podemos despreciar.
No es la primera experiencia de este tipo que vivo pero
No es la primera experiencia de este tipo que vivo pero
si ha sido la que más directamente he presenciado y me
doy cuenta, hoy como hace 11 años, que no podemos
hacernos dueños de algo que nos sobrepasa: la
sagrada grandeza y la dignidad de toda vida humana no
se puede medir con nuestros parámetros humanos.
Como entonces, el viernes comprobé que Dios
acompaña siempre, incluso cuando no entendemos
nada, para hacer fértil nuestra historia.
Doy gracias a Dios por haber sido testigo privilegiado de
Doy gracias a Dios por haber sido testigo privilegiado de
la vida de Abrahám, por haber sido enriquecido con el
valor y la calma de Mayra, por haber sido regalado con el
testimonio de un equipo médico capaz de mirar la vida
humana desde un horizonte más amplio que el que
marcan los presupuestos y los criterios de eficiencia.
Doy gracias a Dios porque mi vida es hoy aún mejor,
enriquecida por la vida de un ángel.
No intentéis buscar algo de lógica en ésto. No se trata de
No intentéis buscar algo de lógica en ésto. No se trata de